Soy de las que piensa que las
letras pueden tener mucha más fuerza que las armas. Soy de las que mantiene que
la coacción no sirve absolutamente de nada sin pensamiento, sin reflexión, sin
cultura. Pero no toda el cableado de letras y de información que podemos
conseguir hoy nos lleva a una reflexión fructífera y constructiva, sino que lo
que encontramos en mucha mayoría es basura y papel mojado lleno de tinta.
No quiero hacer un discurso
maniqueísta sobre la buena o mala literatura. Quiero, sin embargo, partir de
que para construir a un ciudadano lo suficientemente independiente en su
carácter crítico, es necesario UN TIPO de literatura, introduciendo en
literatura claro está, cualquier tipo de arte en el que intervenga la palabra
escrita.
Me pregunto incansablemente el
por qué por ejemplo de la crisis de la filosofía y el por qué de la existencia
de best sellers que más útil sería utilizar como papel de fumar. Y he aquí mi
única conclusión lógicamente aceptable: el poder no quiere que pensemos. Con
poder no quiero referirme a jerarquías abstractas como el capital, que también,
sino a los dirigentes políticos y especuladores que saben que con un pueblo
borrego el éxito está asegurado. El problema, a mi juicio es que su éxito YA
está asegurado. Somos burros que sólo saben rebuznar.
¿Cómo cambiar esto? Una
alternativa, en mi opinión interesante, es llevar la literatura que tiene un
fin claro, el hacer pensar, a la población. Quizá no hacerla leer, pero sí
claramente, dejar claro lo que ofrece.
El núcleo de esta reflexión
personal es el pensamiento. Y lo es porque creo que es el núcleo necesario para
la revolución. Leía el otro día que era necesaria la violencia o la guerra para
llevar a cabo una revolución, si no me equivoco era Hermann Hesse el que
mantenía esta postura. Permitidme criticarlo.
Hay muchas maneras de llevar la
revolución, ese punto de inflexión que marca un antes y un después en la
realidad. Pero al mismo tiempo que pienso que las maneras de llevar a cabo la
revolución son muy dispares, pienso que los tipos de revolución también lo son.
Podríamos hablar de revoluciones económicas, sociales, culturales… pero la
revolución de pensamiento crítico es por
ahora la que guía mis objetivos.
Pero para aclarar el por qué,
habría primero que clarificar qué entiendo por pensamiento crítico, permitiendo
así que las dudas de mi planteamiento se vayan clarificando poco a poco. Pensamiento
crítico es pensamiento abierto, reflexivo, activo y moral. Con esto quiero
decir: Primero, que con un pensamiento crítico es imposible cerrarse a
opiniones o información por el hecho de ser posicionalmente opuestas a nuestras
creencias, suposiciones o presupuestos. Segundo, que con un pensamiento crítico
es necesaria la argumentación, es decir, ser capaces de mantener equis pensamiento
gracias a la racionalidad y nunca gracias a la ceguera de ideales o ideologías.
Y tercer lugar, activo, es decir, no hay pensamiento sin acción, ¿de qué sirve
pensar si lo que crees correcto no se lleva a la práctica? Y en cuarto lugar y
por último, moral. En el sentido de que para realizar una acción primero tiene
que ser valorado moralmente y decidir si es algo que puede o no realizarse en
vistas a lo bueno o lo justo, comprendiendo claramente las dificultades que
estos términos suponen. Pero con este último punto no quiero entrar en
pantomimas conceptuales como las actuales. Un ejemplo claro: el pacifismo.
Sería necesaria otra reflexión a
parte por la que creo que la idea de pacifismo actual es otro más de los
elementos manipulativos que utiliza hoy lo que he denominado poder. Pero sí
quiero aclarar que no soy en ningún caso una violenta desarmada que pretender
hace arder todo lo que considera erróneo, aunque por supuesto, si la llama que
comienza ese fuego es la crítica, podéis llamarme incendiaria.
Por Filsafa.