sábado, 30 de marzo de 2013

El poder de la tinta.


Soy de las que piensa que las letras pueden tener mucha más fuerza que las armas. Soy de las que mantiene que la coacción no sirve absolutamente de nada sin pensamiento, sin reflexión, sin cultura. Pero no toda el cableado de letras y de información que podemos conseguir hoy nos lleva a una reflexión fructífera y constructiva, sino que lo que encontramos en mucha mayoría es basura y papel mojado lleno de tinta.

No quiero hacer un discurso maniqueísta sobre la buena o mala literatura. Quiero, sin embargo, partir de que para construir a un ciudadano lo suficientemente independiente en su carácter crítico, es necesario UN TIPO de literatura, introduciendo en literatura claro está, cualquier tipo de arte en el que intervenga la palabra escrita.

Me pregunto incansablemente el por qué por ejemplo de la crisis de la filosofía y el por qué de la existencia de best sellers que más útil sería utilizar como papel de fumar. Y he aquí mi única conclusión lógicamente aceptable: el poder no quiere que pensemos. Con poder no quiero referirme a jerarquías abstractas como el capital, que también, sino a los dirigentes políticos y especuladores que saben que con un pueblo borrego el éxito está asegurado. El problema, a mi juicio es que su éxito YA está asegurado. Somos burros que sólo saben rebuznar.

¿Cómo cambiar esto? Una alternativa, en mi opinión interesante, es llevar la literatura que tiene un fin claro, el hacer pensar, a la población. Quizá no hacerla leer, pero sí claramente, dejar claro lo que ofrece.

El núcleo de esta reflexión personal es el pensamiento. Y lo es porque creo que es el núcleo necesario para la revolución. Leía el otro día que era necesaria la violencia o la guerra para llevar a cabo una revolución, si no me equivoco era Hermann Hesse el que mantenía esta postura. Permitidme criticarlo.

Hay muchas maneras de llevar la revolución, ese punto de inflexión que marca un antes y un después en la realidad. Pero al mismo tiempo que pienso que las maneras de llevar a cabo la revolución son muy dispares, pienso que los tipos de revolución también lo son. Podríamos hablar de revoluciones económicas, sociales, culturales… pero la revolución de pensamiento crítico es  por ahora la que guía mis objetivos.

Pero para aclarar el por qué, habría primero que clarificar qué entiendo por pensamiento crítico, permitiendo así que las dudas de mi planteamiento se vayan clarificando poco a poco. Pensamiento crítico es pensamiento abierto, reflexivo, activo y moral. Con esto quiero decir: Primero, que con un pensamiento crítico es imposible cerrarse a opiniones o información por el hecho de ser posicionalmente opuestas a nuestras creencias, suposiciones o presupuestos. Segundo, que con un pensamiento crítico es necesaria la argumentación, es decir, ser capaces de mantener equis pensamiento gracias a la racionalidad y nunca gracias a la ceguera de ideales o ideologías. Y tercer lugar, activo, es decir, no hay pensamiento sin acción, ¿de qué sirve pensar si lo que crees correcto no se lleva a la práctica? Y en cuarto lugar y por último, moral. En el sentido de que para realizar una acción primero tiene que ser valorado moralmente y decidir si es algo que puede o no realizarse en vistas a lo bueno o lo justo, comprendiendo claramente las dificultades que estos términos suponen. Pero con este último punto no quiero entrar en pantomimas conceptuales como las actuales. Un ejemplo claro: el pacifismo.

Sería necesaria otra reflexión a parte por la que creo que la idea de pacifismo actual es otro más de los elementos manipulativos que utiliza hoy lo que he denominado poder. Pero sí quiero aclarar que no soy en ningún caso una violenta desarmada que pretender hace arder todo lo que considera erróneo, aunque por supuesto, si la llama que comienza ese fuego es la crítica, podéis llamarme incendiaria.


Por Filsafa.

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