CAPÍTULO 71 RAYUELA
JULIO CORTÁZAR
¿Qué es en el fondo esa historia de encontrar un reino
milenario, un edén, un otro mundo? Todo lo que se escribe en estos tiempos y
que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia. Complejo de la
Arcadia, retorno al gran útero, back to Adam, le bon sauvage (y van…), Paraíso
perdido, perdido por buscarte, yo, sin luz para siempre… Y dale con las islas
(cf. Musil) o con los gurús (si se tiene plata para el avión Paris-Bombay) o
simplemente agarrando una tacita de café y mirándola por todos lados, no ya
como una taza sino como un testimonio de la inmensa burrada en que estamos
metidos todos, creer que ese objeto es nada más que una tacita de café cuando
el mas idiota de los periodistas encargados de resumirnos los quanta, Planck y
Heisenberg, se mate explicándonos a tres columnas que todo vibra y tiembla y
está como un gato a la espera de dar el enorme salto de hidrógeno o de cobalto
que nos va a dejar a todos con las patas para arriba. Grosero modo de
expresarse, realmente.
La
tacita de café es blanca, el buen salvaje es marrón, Planck era un alemán
formidable. Detrás de todo eso (siempre es detrás, hay que convencerse de que
es la idea clave del pensamiento moderno) el Paraíso, el otro mundo, la
inocencia hollada que oscuramente se busca llorando, la sierra de Hurqalya. De
una manera u otra todos la buscan, todos quieren abrir la puerta pare ir a
jugar. Y no por el Edén, no tanto por el Edén en sí, sino solamente por dejar a
la espalda los aviones a chorro, la cara de Nikita o de Dwight o de Charles o
de Francisco, el despertar a campanilla, el ajustarse a termómetro y ventosa,
la jubilación a patadas en el culo (cuarenta años de fruncir el baste pare que
duela menos, pero lo mismo duele, lo mismo la punta del zapato entra cada vez
un poco más, a cada patada desfonda un momentito mas el pobre culo del cajero o
del subteniente o del profesor de literatura o de la enfermera), y decíamos que
el homo sapiens no busca la puerta para entrar en el reino milenario (aunque no
estaría nada mal, nada mal realmente) sino solamente para poder cerrarla a su
espalda y menear el culo como un perro contento sabiendo que el zapato de la
puta vida se quedo atrás, reventándose contra la puerta cerrada, y que se puede
ir aflojando con un suspiro el pobre botón del culo, enderezarse y empezar a
caminar entre las florecitas del jardín y sentarse a mirar una nube nada más
que cinco mil años, o veinte mil si es posible y si nadie se enoja y si hay una
chance de quedarse en el jardín mirando las florecitas.
De
cuando en cuando entre la legión de los que andan con el culo a cuatro manos
hay alguno que no solamente quisiera cerrar la puerta para protegerse de las
patadas de las tres dimensiones tradicionales, sin contar las que vienen de las
categorías del entendimiento, del mas que podrido principio de razón suficiente
y otras pajolerias infinitas, sino que además estos sujetos creen con otros
locos que no estamos en el mundo, que nuestros gigantes padres nos han metido
en un corso a contramano del que habrá que salir si no se quiere acabar en una
estatua ecuestre o convertido en abuelo ejemplar, y que nada está perdido si se
tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar
de nuevo como los famosos obreros que en 1907 se dieron cuenta una mañana de
agosto de que el túnel del Monte Brasco estaba mal enfilado y que acabarían
saliendo a más de quince metros del túnel que excavaban los obreros yugoslavos
viniendo de Dublivna. ¿Qué hicieron los famosos obreros? Los famosos obreros
dejaron como estaba su túnel, salieron a la superficie, y después de varios
días y noches de deliberación en diversas cantinas del Piemonte, empezaron a
excavar por su cuenta y riesgo en otra parte del Brasco, y siguieron adelante
sin preocuparse de los obreros yugoslavos, llegando después de cuatro meses y
cinco días a la parte sur de Dublivna, con no poca sorpresa de un maestro de
escuela jubilado que los vio aparecer a la altura del cuarto de baño de su
casa. Ejemplo loable que hubieran debido seguir los obreros de Dublivna (aunque
preciso es reconocer que los famosos obreros no les habían comunicado sus
intenciones) en vez de obstinarse en empalmar con un túnel inexistente, como es
el caso de tantos poetas asomados con más de medio cuerpo a la ventana de la sale
de estar, a altas horas de la noche.
Y
así uno puede reírse, y creer que no está hablando en serio, pero si se está
hablando en serio, la risa ella sola ha cavado mas túneles útiles que todas las
lágrimas de la tierra, aunque mal les sepa a los cogotudos empecinados en creer
que Melpmene es más fecunda que Queen Mab. De una vez por todas sería bueno
ponernos en desacuerdo en esta materia. Hay quizá una salida, pero esa salida
debería ser una entrada. Hay quizá un reino milenario, pero no es escapando de
una carga enemiga que se tome por asalto una fortaleza. Hasta ahora este siglo
se escape de montones de cosas, busca las puertas y a veces las desfonda. Lo
que ocurre después no se sabe, algunos habrán alcanzado a ver y han perecido,
borrados instantáneamente por el gran olvido negro, otros se han conformado con
el escape chico, la casita en las afueras, la especialización literaria o
científica, el turismo. Se planifican los escapes, se los tecnologiza, se los
arma con el Modulor o con la Regla de Nylon. Hay imbéciles que siguen creyendo
que la borrachera puede ser un método, o la mescaline o la homosexualidad,
cualquier cosa magnifica o inane en sí pero estúpidamente exaltada a sistema, a
llave del reino. Puede ser que haya otro mundo dentro de este, pero no lo
encontraremos recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los diez y las
vidas, no lo encontraremos ni en la atrofia ni en la hipertrofia. Ese mundo no
existe, hay que crearlo como el fénix. Ese mundo existe en este, pero como el
agua existe en el oxigeno y el hidrogeno, o como en las páginas 78, 457, 3,
271, 688, 75 y 456 del diccionario de la Academia Española esta lo necesario
para escribir un cierto endecasílabo de Garcilaso. Digamos que el mundo es una
figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla. ¿A quién le importa un
diccionario por el diccionario mismo? Si de delicadas alquimias, osmosis y
mezclas de simples surge por fin Beatriz a orillas del río, ¿cómo no sospechar maravillosamente
lo que a su vez podría nacer de ella? Que inútil tarea la del hombre, peluquero
de sí mismo, repitiendo hasta la nausea el recorte quincenal, tendiendo la
misma mesa, rehaciendo la misma cosa, comprando el mismo diario, aplicando los
mismos principios a las mismas coyunturas. Puede ser que haya un reino
milenario, pero si alguna vez llegamos a él, si somos el, ya no se llamará así.
Hasta no quitarle al tiempo su látigo de historia, hasta no acabar con la
hinchazón de tantos hasta, seguiremos tomando la belleza por un fin, la paz por
un desideratum, siempre de este lado de la puerta donde en realidad no siempre
se está mal, donde mucha gente encuentra una vida satisfactoria, perfumes
agradables, buenos sueldos, literatura de alta calidad, sonido estereofónico, y
por qué entonces inquietarse si probablemente el mundo es finito, la historia
se acerca al punto óptimo, la raza humana sale de la edad media pare ingresar
en la era cibernética. Tout va tres bien, madame la Marquise, tout va tres
bien, tout va tres bien.
Por
lo demás hay que ser imbécil, hay que ser poeta, hay que estar en la luna de
Valencia para perder más de cinco minutos con estas nostalgias perfectamente
liquidables a corto plazo. Cada reunión de gerentes internacionales, de
hombres-de-ciencia, cada nuevo satélite artificial, hormona o reactor atómico
aplastan un poco más estas falaces esperanzas. El reino será de material
plástico, es un hecho. Y no que el mundo haya de convertirse en una pesadilla
orwelliana o huxleyana; será mucho peor, será un mundo delicioso, a la medida
de sus habitantes, sin ningún mosquito, sin ningún analfabeto, con gallinas de
enorme tamaño y probablemente dieciocho patas, exquisitas todas ellas, con
cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el día de la
semana, una delicada atención del servicio nacional de higiene, con televisión
en cada cuarto, por ejemplo grandes paisajes tropicales pare los habitantes del
Reijavik, vistas de igloos pare los de La Habana, compensaciones sutiles que
conformaran sodas las rebeldías, etcétera.
Es
decir un mundo satisfactorio pare gentes razonables.
¿Y
quedará en el alguien, uno solo, que no sea razonable?
En
algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el
castigo por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lágrima, la sobrevivencia
del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le
va a escapar, le va a agarrar el timón de la máquina electrónica, del cohete
sideral, le va a hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede
matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos,
en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña. Wishful
thinking, quizá; pero esa es otra definición posible del bípedo implume.
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