miércoles, 8 de mayo de 2013

Reflexión sobre la literatura utopista.




Mientras la Humanidad estaba instalada en el universo del Mito, la comprensión de la realidad por parte de los individuos permanecía tan estable, como las relaciones que aquellos mantenían entre sí y con el medio natural; pero la Historia es la experiencia de la realidad cambiante por parte de una humanidad que ya no está inmersa en el universo estático de las sociedades míticas no clasistas.

La experiencia de la realidad cambiante del entorno y de la propia subjetividad viene, en consecuencia, a representar los dos puntos de arranque de la tensión manifiesta entre «lo que es el mundo y el ser humano» y «lo que podría ser». Tensión inseparable del desarrollo histórico y que viene a definir lo que Bloch llama el «excedente utópico». La realidad social y el mundo en general se presenta a los seres humanos como algo dado, como una inercia de un mundo objetivo persistente que se impone sobre la subjetividad humana que, por otro lado, tiende a escapar a esas determinaciones objetivas y que excede, finalmente, «a lo que es el mundo» apuntando en el sentido de «lo que puede ser». Si la ideología lo que pretende es acotar la realidad haciéndose eco de esa inercia persistente «de lo objetivo» para dar una concepción coherente y general del universo, el pensamiento utópico es el resquicio por donde se deslizan las concepciones del mundo fruto de que se agotan en la rigidez de la objetividad impuesta por el entorno.

Los momentos en que esa dimensión utopista se hace más patente son precisamente cuando se constata la descomposición de unas formas de identidad comunitaria (crisis sociales). Es en esa secuencia del cambio histórico, en la que aún no están definidas ni solidificadas las nuevas formas de la comunidad emergente y sin embargo se reconoce la descomposición y liquidación de los vínculos comunitarios precedentes, cuando la búsqueda de soluciones comunitarias se hace más apremiante. Y esta búsqueda, se da tanto en el sentido de la «recuperación de la comunidad perdida» (utopismo reminiscente), como en el de la proyección atemporal del «mundo nuevo» (como sería el caso de las propuestas utópicas de Moro, Campanella, Bacon).

Así, si nos fijamos en la parte del árbol genealógico correspondiente a las formulaciones literarias del utopismo podemos detectar esos momentos de opinión en cada período de crisis, de transformación social generalizada. Porque el pensamiento utópico es una reflexión acerca de la comunidad humana que reconoce –y se reconoce él mismo– en la crisis de unas determinadas formas de comunidad. Platón da rienda suelta a su nostalgia del orden aristocrático que había imperado en las ciudades-estado griegas, proyectándola en la organización social ideal de La República. El comunitarismo paleocristiano aparece como la alternativa a la descomposición de la comunidad sometida a la Roma Imperial: el desmoronamiento de la comunidad medieval (desaparición de las guildas y de la comuna aldeana) abre la perspectiva a nuevas reflexiones sobre la comunidad humana que se proyectan a través de los ideales del Humanismo renacentista. La revolución industrial y las convulsiones sociales que acarreó fue la fuente de inspiración de los socialistas utópicos.

Sin embargo, el común denominador a las formulaciones del pensamiento utópico es su proyección en un sistema cerrado, rígido hasta en los detalles más nimios que se autolegitima en virtud de principios absolutos (el Hombre, el Amor...) Lo que está presente en las utopías literarias es el intento de despojar a las categorías mentales en que se fundamentan la concepción del mundo y de la historia, precisamente, y de las adherencias y significaciones que fueron adquiriendo a lo largo del tiempo. De ahí el carácter «ideal» de las utopías y su atemporalidad. El pensamiento utópico no rompe con el universo categorial forjado en el curso de la historia, sino que tan sólo pretende dejarlo en estado «puro», desprovisto de sus perversiones temporales (históricas). Autoridad, jerarquía, concepción totalizadora de la armonía social, etc., son algunas de las categorías que se repiten en el utopismo de todos los tiempos. Si nos paseáramos por la Ciudad del Sol, si nos asomáramos al falansterio o acudiésemos a cualquier otro paraje de la geografía utópica, encontraríamos siempre unas continuas referencias «recuperadas» del pasado: autoritarismo patriarcal, teísmo, y otras muchas reliquias desempolvadas del platonismo e interiorizados por ese «hombre total» tan caro al humanismo.

Es, en fin, el reconocimiento no cuestionado de todos esos principios de separación y disgregación social y la búsqueda de un sentido primigenio de la «naturaleza humana» lo que hace de la literatura utópica una expresión de la subjetividad humana en continua tensión por desbordar la realidad restrictiva, ciertamente, pero también una expresión acrítica del mundo que se presenta a sí misma como mera divagación fuera del mundo y del tiempo. Y es, en razón de su apego al idealismo filosófico, una forma de legitimación de la realidad fragmentaria en que se desenvuelve la vida de los seres humanos. Quizás algo de ello intuyera el rey cuando encargó a Harrington la redacción de la Oceana.

Publicado en el http://www.sindominio.net/etcetera/REVISTAS/ETC-7.pdf

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